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Edmundo Casas: ¿La IA está cambiando nuestro cerebro?

Edmundo Casas: ¿La IA está cambiando nuestro cerebro?

El ingeniero creador de Casas Lab y fundador de Kauel replantea preguntas en torno a los efectos del uso de esta tecnología.

A lo largo de la historia, la humanidad ha creado herramientas que nos han cambiado profundamente: el fuego, la escritura, la imprenta, la electricidad, internet. Pero ninguna generó tantas preguntas existenciales en tan poco tiempo como lo está haciendo la inteligencia artificial.

Hoy, cuando usamos modelos de IA para escribir, resolver problemas, analizar datos o incluso tomar decisiones cotidianas, surge una interrogante inevitable: ¿Estamos volviéndonos más tontos o estamos evolucionando hacia una nueva forma de inteligencia?

Hoy delegamos parte de nuestro pensamiento en algoritmos. Le preguntamos a una IA cómo redactar un correo, cómo diagnosticar una enfermedad o cómo interpretar un sueño. Y aunque eso puede parecer cómodo, también abre un dilema inquietante: ¿Qué pasa con nuestro cerebro cuando dejamos de usarlo como antes?

Algunos temen que esta dependencia nos atrofie, que la creatividad, la memoria o la capacidad crítica se debiliten como músculos que ya no se entrenan. No es un temor infundado.

La historia muestra que cada gran avance ha tenido su costo: la escritura nos permitió registrar conocimiento, pero redujo nuestra necesidad de memorizar. ¿La IA hará algo similar con nuestro pensamiento?

"Lo que está claro es que el cerebro humano está cambiando. La interrogante es: ¿hacia dónde queremos que evolucione?"

Pero hay otra perspectiva, quizás más esperanzadora. Tal vez la IA no viene a reemplazar nuestro cerebro, sino a expandirlo. A liberarlo de tareas repetitivas, de la carga cognitiva, del miedo a equivocarse. Al permitir que el ser humano se enfoque en lo que realmente lo hace humano: imaginar, cuestionar, crear, sentir.

En Kauel, hemos vivido esto de cerca. Al aplicar IA en minería, energía, salud o educación, no buscamos reemplazar personas. Buscamos potenciar sus capacidades, darles superpoderes cognitivos.

Cuando un operador entiende mejor un riesgo gracias a un modelo predictivo, no se vuelve más tonto. Se vuelve más seguro, más ágil, más consciente.

La pregunta entonces no es si la IA nos hará más tontos o más inteligentes. La verdadera pregunta es: ¿Qué tipo de inteligencia queremos cultivar? ¿Una pasiva, que solo consume lo que una máquina le dice? ¿O una activa, que dialoga con la IA, que la desafía, que la usa como un trampolín para ir más allá?

El futuro no está escrito. La IA puede ser una muleta o una palanca. Un sedante o un catalizador. Depende de cómo la usemos. Y sobre todo, depende de cómo decidamos educar, inspirar y liderar a las nuevas generaciones.

Lo que está claro es que el cerebro humano está cambiando. La interrogante es: ¿hacia dónde queremos que evolucione?

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